Hoy estabamos fumando un pito piola en la plaza con los contertulios, recién en realidad, y con eso quiero decir hace un par de horas. De un momento a otro la penumbra se posó sobre nos, acotaría que en cuestión de minutos, fue como si la luna hubiese ido a paquear el sol, el cual como niño hubiese ido flash a acostarse antes que lo dejaran sin consola para mañana. En particular lo notamos con cierta especularidad, quizá magnificado en parte a que las fuentes lumínicas que instalaron en los postes fueron robados en un menor tiempo que el que demoraron para que quedaran funcionando.
Observamos el acto en silencio mientras nos fundíamos en la noche. Por un momento y no fue sino hasta que la luna se mostró con una claridad espectral sobre la noche intrépida y vacúa, que sentí un acongojo en el centro de mi pecho. No quiero referirme al lado izquierdo del pecho donde uno diría que está el corazón, sino que en el centro mismo, el centro de tu eje X, Y y Z de tu tórax, ahí donde un niño cree que se encuentra el alma; o ahí donde se siente el angor del rechazo amoroso. ALLÍ. Allí sentí la vibración de miedo que repercutió por tórax y me dejó temporalmente mudo.
Respiré profundo. El médico me dijo que la ansiedad podía ser controlada inicialmente con la respiración, algo que él llama tratamiento conservador. Me dio unas pastillas también, pero siendo como soy terminé tirándolas en la bolsa de la basura, la misma bolsa de la basura dónde había tirado carne en mal estado, la misma que sería destripada por un perro la semana siguiente ocasionándole un sueño profundo, y mi silencio absoluto cuando vi preocupación en los ojos de la hija mulata de los vecinos neochilenos que reclamaba señoría sobre la bestia. El perro sobrevivió. Aparentemente los medicamentos terminados en "-ZOLAM" a sobredosis provocan sueño por varios días.
Pensé en estas cosas mientras respiraba, profundo y con tempo. Inspira: y uno, y dos, y tres; Espira: y cuatro, y cinco. Unos cuantos ciclos y el sentimiento desapareció. Uno de mis colegas con la mirada fija en mí, pareció percatarse de mi desdicha, usó ese tono de voz de preocupación severa y temporal característica de los volados con yerba para cuestionarme:
- ¿Qué'asó hermanito, te dio la palida?
- No, como que me dió una ansieda no más, pero se pasó.
Nos quedamos mirando un rato, me dió la impresión que ninguno tenía idea si era su turno de continuar la conversación, otro efecto común del pastito.
- Yo cacho que me voy, se puso oscuro y está peligroso. - Agregué con una voz más frágil que la que me hubiese gustado.
Y aquí viene el tema que me complica. Cuando me despedía de los cabros, el volado con el que hablaba arriba me hizo una pregunta. Una con un matíz de curiosidad, de esa curiosidad pristina propia de los niños pequeños, de esos que se encuentran absolutamente perplejos por el actuar de un adulto. Enunció, agregando al final una entonación que la convirtió en interrogación: "Pero si a ti no te han asaltado nunca?".
Claro, ahora me doy cuenta que todo fue culpa de los fachos reculiaos.