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Choroy 06/19/2024 (Wed) 14:57:07 No. 2735
El dormitorio estaba preparado para la consumación. Todo el mobiliario era nuevo, llegado de Fuerte Túmulo en la caravana del equipaje. La cama con dosel tenía un colchón de plumas y cortinas de terciopelo rojo sangre. El suelo de piedra estaba cubierto de pieles de lobo. En la chimenea ardía un fuego, y en la mesilla de noche, una vela. En el aparador había una frasca de vino, dos copas y medio queso azul. También había un sillón de roble negro tallado con asiento de cuero rojo. En él estaba sentado lord Ramsay cuando entraron. La salivilla le brillaba en los labios. —Aquí llega mi preciosa doncella. Bien hecho, chicos, ya podéis marcharos. Tú no, Hediondo, tú te quedas. «Hediondo, Hediondo, has tocado fondo. —Sintió calambres en los dedos que había perdido, dos en la mano izquierda y uno en la derecha. Apoyado en su cadera reposaba el puñal, dormido en su vaina de cuero, sí, pero pesado, tan, tan pesado…—. En la mano derecha solo me falta el meñique —se recordó—. Aún puedo empuñar un cuchillo». —¿En qué puedo servir a mi señor? —Tú eres quien me ha entregado a la moza, así que te corresponde abrir el regalo. Vamos a echarle un vistazo a la hijita de Ned Stark. «No es familia de lord Eddard —estuvo a punto de decir Theon—. Ramsay lo sabe, tiene que saberlo. ¿A qué juego cruel está jugando ahora?». La niña estaba de pie junto a la cama, temblando como un cervatillo. —Lady Arya, tenéis que daros la vuelta; voy a desataros la lazada de la túnica. —No. —Lord Ramsay se sirvió una copa de vino—. Con las lazadas se tarda mucho. Corta la tela. Theon desenvainó el puñal. «Solo tengo que girar y clavárselo. Tengo el cuchillo en la mano. —Pero ya conocía bien el juego—. Es otra trampa —se dijo, recordando a Kyra con las llaves—. Quiere que intente matarlo, y cuando fracase me desollará la mano con la que esgrimí el puñal». Agarró las faldas de la novia. —No os mováis, mi señora. La túnica quedaba suelta bajo la cintura, así que no le costó introducir la hoja y cortar hacia arriba con cuidado de no herirla. El acero susurró a través de la lana y la seda. La niña no paraba de temblar. Theon tuvo que sujetarla del brazo para que no se moviera. «Jeyne, pequeña, ya no estarás risueña». Apretó tanto como le permitió la mano izquierda tullida. —No os mováis. Por fin, la túnica cayó al suelo, a sus pies. —La ropa interior también —ordenó Ramsay. Y Hediondo obedeció. Cuando terminó, la novia estaba desnuda con la ropa nupcial a los pies, convertida en un montón de trapos blancos y grises. Tenía los pechos pequeños y puntiagudos; las caderas, estrechas e infantiles; las piernas, flacas como las de un pajarillo. «Es una niña. —Theon se había olvidado de lo joven que era—. Tiene la edad de Sansa; Arya sería aún menor». Pese al fuego de la chimenea, Jeyne tenía la piel de gallina. Hizo ademán de levantar las manos para cubrirse los pechos, pero los labios de Theon formaron un «No» silencioso, y se detuvo en seco. —¿Qué te parece, Hediondo? —le preguntó lord Ramsay.
—Es… —«¿Qué respuesta quiere? ¿Cómo ha dicho la chica antes de ir al bosque de dioses? “Todos me decían que era agraciada”». Ya no lo era; una telaraña de líneas finas, recuerdo de un látigo, le cubría la espalda—. Es muy… muy bella, muy bella. Ramsay le dedicó su sonrisa húmeda. —¿Te pone la polla dura, Hediondo? ¿Se te ha puesto gorda dentro de los calzones? ¿Quieres follártela tú primero? —Soltó una carcajada—. Es un derecho que debería corresponder al príncipe de Invernalia, igual que correspondía en los viejos tiempos a todos los señores. La noche de bodas. Pero claro, no eres ningún señor. Solo eres Hediondo. A decir verdad, ni siquiera eres un hombre. —Bebió otro trago de vino y estrelló la copa contra la pared. Ríos rojos empezaron a correr piedra abajo—. Meteos en la cama, lady Arya. Eso, contra las almohadas. Buena esposa. Abrid las piernas; quiero veros el coño. La chica obedeció, muda. Theon retrocedió un paso hacia la puerta. Lord Ramsay se sentó junto a su desposada, le pasó la mano por la cara interna del muslo y le metió dos dedos. La niña dejó escapar un gemido de dolor. —Está más seca que un hueso viejo. —Retiró la mano y la abofeteó—. Me dijeron que sabrías complacer a un hombre. ¿Es mentira o qué? —N-no, mi señor. Me entrenaron. Ramsay se levantó. Las llamas de la chimenea se le reflejaban en el rostro. —Ven aquí, Hediondo. Prepáramela. —Yo… —De entrada no entendió a qué se refería—. ¿Queréis decir…? Mi señor, no… no tengo… —Con la boca —replicó lord Ramsay—. Y date prisa. Si cuando termine de desnudarme no está húmeda, te corto la lengua y la clavo a la pared. En el bosque de dioses graznó un cuervo. Aún tenía el puñal en la mano. Lo envainó. «Hediondo, Hediondo, eres débil en el fondo». Se agachó para cumplir su cometido. El Príncipe de Invernalia - Danza de Dragones
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La wea tediosa
WATTPADAZO

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