Soy, seré y seremos siempre soldados.
¡¡Hasta la muerte!!!
Nacimos entre los páramos extraños e inhóspitos, con sudor y olor a pólvora en los campos o desiertos donde se juega a diario con la muerte.
Fuimos caminantes de las geografías estériles, siempre apretando al cuerpo, el frio acero del fusil, fiel camarada y compañero, buscando en las noches la oscura senda iluminada tenuemente con la luz de las estrellas.
Dormimos en una posición abandonada o vieja trinchera, mirando el tatuaje de la Cruz del Sur en el combado cielo, abrigándonos con las húmedas gotas del frío insoportable de las noches, mientras la tibieza del hogar lejano nos regalaba esperanzas de un mejor mañana, aunque lejano e incierto.
Allí estuvimos unidos graníticamente en alma y espíritu todos los soldados del norte, del sur, del mar, el campo o la cordillera, y en cada aliento de tantas distintas vidas, cantamos juntos la esperanza de los sueños, venciendo la tibieza y comodidad de nuestros hogares, cumpliendo estoicamente sin bajar la guardia, en medio de los sacrificados caminos y senderos.
Fuimos de Infantería, de artillería, telecomunicaciones, caballería, blindados o ingenieros, no importaban las ”Armas”, era prioridad la misión de vida, el esfuerzo del momento. No tuvimos opción de ser débiles, o si lo fuimos echamos esas pesadas cargas a la espalda junto a los pertrechos que lleváramos en la mochila donde nada sobraba, todo era aliado nuestro.
Cuántas noches de no conciliar el sueño tratando de vencer el frío, durmiendo en espacios diminutos doblegados, haciéndonos amigos de la chusca, el frío y el viento. Allí estuvimos con los dientes castañeando, y agitando entre las frías y duras botas de congelado y duro cuero, los yertos y congelados dedos. Fueron muchas horas de espera y sacrificio, hasta sentir nacer los primeros rayos de cualquier amanecer que sonreía de vernos tiritando y transpirando el frio vaho de los cuerpos, sintiendo renacer la vida en los rayos de ese amado sol que anunciaba un nuevo comienzo.
Reiniciar todo de nuevo, mochila a la espalda, fusil al hombro, bototos congelados, calcetines sin remiendo, esperanzas de alcanzar la otra meta del nuevo día, antes que nos pillara otra noche de un duro y cruento invierno.
Y así transcurrió la vida, entre marchas, cantos, desafíos siempre nuevos que hoy son sólo recuerdos, y así nos sentamos hoy, nostálgicos, agobiados, ansiosos o cansados, pero en paz y satisfechos.
El que nunca vistió el uniforme de la patria, ni sintió ese amor que solo conocen los que allí estuvieron, nunca entenderá la vocación de ser soldados, que nos acompañará hasta el llamado del Eterno.
Cuando pases por la calle y reconozcas mi rostro y piel envejecida y mis ojos casi nublados y cansados propios de un soldado viejo, que recuerda todos esos más hermosos tiempos no me ignores, salúdame, con mi nombre, no hace falta un grado, un apretón de manos sincero con ese sentimiento del “Ser hombres” y haber compartido esas sendas misteriosas que nos regaló la vida y los destinos, con sus humanos aciertos y sus injustos errores.
Cuando tengamos que irnos de esta vida a los cuarteles del firmamento, nos llevaremos prendido en el alma y el corazón, el mayor y más hermoso de los recuerdos, haber servido a la Patria con su sacro tricolor, que fue y es el motivo de la vida humilde del soldado y que flameará siempre, en nuestros más sagrados y eternos sueños.
Que Dios guíe siempre nuestros pasos, hasta el toque del clarín en la partida final a otros desconocidos cielos…..