Cuando pendejo me pajeaba en mi pieza en las noches y limpiaba el moco con unos papeles confort que dejaba dobladitos debajo de la cama. Al principio los botaba a la basura la mañana siguiente, pero con el tiempo me puse flojo y los dejaba ahí un par de días, creyendo que pasaban piola. Las hueás quedaban duras como papel maché. Un día pasó como una semana que no los botaba, llegué a mi pieza y caché que alguien los había botado todos. Nunca pregunté quién había sido por vergüenza, y desde ahí fui más limpio con los restos de mi actividad adolescente.