A veces miro hacia atrás y pienso en mis decisiones, y me pregunto si debería haberme bautizado en la iglesia evangélica, como quería mi ex de la enseñanza media. Con ella, al menos hasta los 20 años, existía un plan tácito de casarnos, vivir juntos quizás ser dos partes de uno solo. No era un deseo que naciera de mí. obviamente, siempre me he considerado un alma libre, no siendo de allí, ni tampoco de allá, no teniendo edad, ni porvenir, sino de ella, mientras que ella entregada a su fe pero cansada de la misma. No era una mujer fea; recuerdo su pelo castaño brillando con el sol, sus vestidos modestos intentando honrar sus creencias, y esas chaquetas de mezclilla que le daban un toque punk irresistible. Escuchaba música no secular, cargándola como si fuera un pequeño pecado que solo compartía conmigo, como si fuera una viñeta de Persépolis, esa mezcla entre rebeldía y tradición. Quizás ella en mí veía una vía de escape a su vida familiar, una promesa de casarnos y marcharnos lejos. Pero yo, en ese entonces, tenía la cabeza en otra parte, no me arrepiento por si se preguntan, simplemente fue otra mano de póker en este casino que llamamos vida y en la cuál creo que me estoy quedando sin fichas para la siguiente apuesta.