Hace ya mucho tiempo, en el medio El Porteño, el profesor Juan Carlos Gómez Leyton abordó la relación entre el inglés, el español y otras lenguas, centrándose en cómo las diferencias lingüísticas influyen en la comprensión de conceptos complejos, como los expuestos en el Manifiesto Comunista (lucha de clases) y en la propia noción del ser revolucionario. En ese contexto, planteó también por qué prácticamente no existen intelectuales de izquierda de habla inglesa.
En síntesis, el profesor sostiene que el inglés funciona como una “jaula mental” una lengua que carece de la densidad semántica y emocional necesaria para expresar significados complejos. Desde esta perspectiva, un hablante nativo de inglés comprende la realidad de manera radicalmente distinta a como lo haría un hablante nativo de español. El profesor reconoce que el inglés se ha consolidado como lengua franca del mercado globalizado, la lengua del capitalismo, pero afirma que no sirve como vehículo revolucionario. Este sería, a su juicio, el principal límite del mundo anglosajón. Si bien en países como el Reino Unido o Canadá han existido movimientos revolucionarios bastante dignos, estos habrían estado fuertemente influidos por el francés: es decir, ideas conceptualizadas desde la riqueza semántica de esa lengua y luego traducidas, simplificadas y adaptadas al inglés.
Según el profesor, otras lenguas que sí funcionarían como vehículos revolucionarios por su complejidad conceptual y carga emocional, son el chino, el alemán, el farsi, el árabe y el ruso, además del francés, el, portugués, el rumano y el español. Estas últimas serían lenguas hermanas, hijas del latín, que continuaron evolucionando al incorporar significados y vocablos de otras lenguas y culturas. Así, por ejemplo, el español establece lazos profundos con el árabe y a la vez nutre al olvidado portugués; el francés, con el inglés; y el rumano, con el ruso y otras lenguas eslavas. En contraste, el italiano habría quedado relativamente estancado, hasta el punto de poder considerarse una lengua con escasa vitalidad histórica y conceptual, aplica esto mismo a otras lenguas derivadas del latín que no se usan fuera de sus territorios.
Volviendo al punto, desde esta perspectiva, resultaría muy difícil que en EEUU surja un movimiento revolucionario auténtico y complejo. Aunque existe una suerte de Partido Comunista, la propia “jaula mental” del lenguaje limitaría su capacidad de pensar y articular una visión verdaderamente revolucionaria. En este sentido, el inglés sería, fundamentalmente, la lengua del liberalismo: permite con facilidad la exposición de teorías monetarias, pero dificulta, cuando no imposibilita, la expresión de los matices de la lucha de clases, que requieren una comprensión semántica más profunda de la que el inglés carecería. Por ello, sostiene el profesor, cuando un hablante nativo de inglés aprende otra lengua, tiende a desplazarse ideológicamente hacia la izquierda, como si descubriera una realidad que le había sido negada por las limitaciones de su propio idioma.