No lo odio, me da pena y asco. Pena, porque estando en el mayor puesto político visible de nuestro país me sigue dando la impresión de ser un cabro chico jugando a ser grande, de que decir, que hacer, no lo veo en el puesto, y no es un tema de edad.
Asco porque aún para los estándares de lo basura que son los políticos, el Boris no tiene principios, no tiene esencia, es como el agua, un día dice si y otro no, se adapta demasiado rápido, sin tiempo de reflexión, no parece orgánico, parece una masa débil que se quiebra a la primera presión y sueña demasiado lejos de la realidad.