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Era fácil hacerlo, las condiciones estaban.
Después de la primera guerra mundial Alemania estaba acabada financieramente, pero tan solo financieramente, había que darles plata no más, las fábricas estaban en buen estado, las mujeres habían entrado al mundo laboral y era fácil recuperar la población que había muerto en la guerra. Con el auge de Estados Unidos como potencia mundial los gringos vieron el negocio en darles plata a los alemanes para reactivar la maquinaria, pero al menos durante la República de Weimar, esto fue más dado al sector de servicios, un sector de servicios muy potente es el tipo de economía que generalmente se ve en las socialdemocracias.
En Alemania nadie había asumido que la guerra se había perdido, absolutamente nadie, ni siquiera los socialdemócratas pensaban eso, tan solo se trataba de un pequeño tropezón, la gente tampoco aceptó el tratado de Versalles, pero debido a la obvia derrota, a la inflación y al desastre económico de la guerra la gente comenzó a echarle la culpa tanto a los judíos como a los comunistas.
La República de Weimar siempre ha sido vista como eso que no debería pasar, como un proceso de transición entre una socialdemocracia, es decir, una democracia débil, hacia un autoritarismo militarista. La llegada de los años 20, de la música, las drogas y la liberación sexual daban el tono de una época de "degeneración" que a su vez alimentaba a los sectores más conservadores y reaccionarios que pedían una vuelta a las viejas tradiciones, estos sectores más reaccionarios fueron los que más recibieron con los brazos abiertos a los veteranos de la primera guerra mundial, se pensaba que estos veteranos venidos de las trincheras habían dejado de ser chicos y al haber sobrevivido a la brutal carnicería de las trincheras se habían convertido en hombres nuevos, en "super hombres" y ahí estaba un señor de un bigote extraño, pero que llevaría a Alemania a una carrera imperialista que la dejaría ahora sí, totalmente arruinada, destruida y dividida.