Mucho se habla del estrés laboral, de las condiciones que causan este estrés las cuales están intrínsecamente conectadas al recinto y al ambiente de este donde se desarrolla la labor misma. Más no fuera de este, porque virtualmente en la mayoría de los trabajos la labor termina ahí y lo único que queda considerado fuera del recinto son los accidentes de trayecto. Pero poco se habla del dolor de viajar en transporte publico y enamorarte perdidamente de una muchacha en este medio de transporte, el apreciar por unos meros momentos en que en el transporte lleno tu campo de visión logra coincidir y permite dar con su imagen, el tener que verla solo lo suficiente para no levantar sospecha, el estar tan cerca pero al mismo tiempo saber que esa corta distancia física es la única cercanía que podrás lograr, más nada mayor a esto, ni siquiera saber su nombre, el tener tanto la dicha de verla bajar del transporte y ver como el sol le da un toque distinto e incluso más hermoso a su cara que la sombra dentro del transporte, y la brisa de la mañana agarra su cabello haciéndolo fluir, a veces gentilmente, a veces bruscamente sobretodo en invierno, pero nunca opacando la belleza, y la tristeza de saber de que por probabilidades, esa sera la ultima vez que la veras en toda tu vida, de que mientras para ti su mera presencia fue una tremenda y letal combinación de emociones, de apreciación a la belleza, de imaginación, y de tristeza, para ella no fuiste nada más que una persona más en el transporte, cuya cara probablemente ni siquiera fue registrada en su memoria. De la tortura, de tener la certeza que esto se repetirá el día de mañana con otra mujer distinta en el transporte porque la soledad prolongada ya hizo estragos permanentes en mi mente y no hay ningún seguro laboral a quien reclamar por esto.