Estaba con mi curso. Parecía estar en la media. Nos estábamos preparando para un exámen importante. Caminaba por los pasillo, observando las salas. Conversaba y conocía compañeros que hace mucho tiempo no veo, y otros que solo existen en otro universo, que no tienen un equivalente en la vigilia. Había un conjunto de preguntas y respuestas popularmente conocidas y que se discutían entre los alumnos sin problemas.
Estoy con el curso caminando en la calle de un barrio acomodado y exclusivo. Nuestro objetivo es ir a un local de comida rápida, pero dentro de curso hay grupos gustos distintos y cada uno quiere ir a comer a un local diferente. Nadie puede ponerse de acuerdo.
Yo y otros compañeros queremos ir al McDonalds. Pero no pertenezco a ese grupo. A ninguno. Nuestros gustos convergen. Es todo. Ellos se alejan buscando el local mientras yo hago lo mismo por mi cuenta.
Resulta que no hay un McDonalds en ninguna parte. Solo existe una variante de la cadena, que se especializa en queso y pizzas. Una cadena de pizzería McDonalds. Tratan de ofrecerme algo que pueda comer pero no es lo que quiero. No voy a detenerme a comer solo porque tengo que resignarme a lo que hay. Lo que quiero debe estar disponible en alguna parte.
Finalmente logro llegar a lo que parece ser un local McDonalds tradicional, pero está lleno y las personas que atienden son hostiles conmigo. No sé si es debido a que están con capacidad máxima o es algo personal. Lo intento, pero no me atienden.
>déjeme en cualquier parte, no hay problema, aquí me puedo bajar
Llego hasta una estación del metro, donde hay gente esperando, pero algo anda mal. Están conversando entre ellos algo nerviosos. No es el ambiente normal de personas que esperan subir al siguiente tren. Me entero por terceros que la estación podría colapsar bajo su propio peso. Algo está pasando en la superficie que podría desembocar en un derrumbe. La estación había sido clausurada, es una estación fantasma, pero por alguna razón es funcional y la gente la usa de todas manera como una estación común y corriente.
Ruidos de hormigón cayendo derrumbándose a lo lejos confirman lo que hace unos segundos atrás no era otra cosa más que pura especulación.
Justo en ese momento llega un tren. El último. Abordan todos los que pueden y pareciera que milagrosamente, nadie se queda atrás. Un hombre comienza a quejarse. A quién se le ocurrió habilitar una estación de metro al borde del colpaso. Otro hombre, dentro de vagón, confiesa ser el responsable directo de la decisión. El líder técnico que dió la luz verde en terreno. El que firmó los papeles en la oficina. Nos dice que jamas se le ocurrió que esto sería posible, nos dice mientras todos miramos por la ventana de la parte posterior del último vagón como el agua irrumpe con violencia en la estación y le toma segundos llenar cada rincón con una fuerza y una potencia que solo puede lograr la ruptura de una represa.