Mientras que el hombre, por regla general, se dirige con cierto respeto y humanidad incluso a aquellos de clase muy inferior, la pose, por demás altanera y displicente, que una mujer rica asume frente a una mujer de condiciones inferiores (a menos que esté a su servicio) cuando le dirige la palabra, es un espectáculo insoportable de observar. Esto sucede porque para la mujer toda diferencia de rango es mucho más precaria que para los hombres, y puede ser modificada y cancelada mucho más rápidamente. En efecto, mientras nosotros sopesamos un sinnúmero de cosas, para la mujer una sola cosa es determinante, a cuál de los hombres le gustó.